Seguramente en más de una ocasión te has percatado de la cantidad de tipos de copas de vino que hay según el que se sirva. Existen copas de diferentes tamaños y formas, adaptadas a un particular tipo de vino pero bastará con conocer los diferentes tipos de copas de vino más comunes y cómo influyen en la experiencia sensorial al degustar un vino.
Desde Suárez Toro queremos ofrecerte unas sencillas nociones para entender qué copa es más apropiada para servir un tipo de vino, ya sea tinto, blanco, espumoso o alguno de los denominados vinos especiales. Y lo haremos a lo largos de estas semanas. En el post de hoy abordaremos las características de la copa de vino.
La copa de vino perfecta
Como ya sabrás, existen muchas copas de vinos, cada una de ellas diseñadas para mejorar la degustación de un vino en concreto. Pero antes, es importante que conozcas los elementos comunes que presentan todas las copas de vino, cómo varían en función del tipo de copa y cómo estas variaciones van a afectar nuestra forma de percibir las características organolépticas del vino (aromas, color, sabor, tacto…) durante la cata.
Los tres elementos o partes básicas de una copa de vino son la base, el tallo y el cuerpo.
La base de la copa de vino
Es la parte inferior de la copa, el elemento que apoya sobre la mesa o sobre cualquier otra superficie. Debe tener un tamaño proporcionado con respecto al cuerpo y al tallo de la copa para que aporte estabilidad al conjunto.
El tallo de la copa de vino
El tallo es la parte que une la base con el cuerpo de la copa y por donde sujetamos la copa, lo que permite sujetar la copa sin necesidad de tocar el cuerpo, evitando que calentemos el vino.
Además, también debe tener cierta proporción con el tamaño del cuerpo de la copa, para que la sujeción sea cómoda y equilibrada. De esta manera, los cuerpos de copas más grandes tendrá tallos más largos, siendo ideales para vinos que se sirven a frío, para que el calor de las manos no interfiera en el contenido de la copa.
El cuerpo de la copa de vino
Lógicamente, el cuerpo de la copa es el elemento más importante porque es el recipiente que contendrá al vino. Por ello, tiene muchas variaciones, destacando dos partes diferenciadas, la base y el cuello.
La base es el lugar donde queda el vino una vez servido y el cuello el espacio por donde circularán los aromas que emanan del vino hasta nuestra nariz y nuestra boca. De esta manera, una base ancha y extensa permitirá un mayor contacto del vino con el aire, permitiendo una mayor oxigenación.
Es la copa perfecta para vinos con cierta crianza, con estancias en madera, y que presentan matices aromáticos más complejos y delicados. Así se potencia la oxigenación de estos vinos y afloran los aromas secundarios y terciarios del vino. Por el contrario, si tenemos una base de cuerpo estrecha, será perfecta para evitar una oxigenación excesiva, lo que necesitan los vinos más ácidos, más frescos y aromáticos, como son los vinos tintos jóvenes, de los rosados o de los blancos sin crianza.
Por su parte, el cuello de la copa permitirá concentrar más o menos los aromas del vino a medida que estos ascienden hasta nuestra nariz. Podemos decir que los vinos más complejos y estructurados, aquellos con más envejecimiento o con matices aromáticos más delicados, se saborean mejor en copas de cuellos más estrechos.
En cambio, vinos con mucha concentración de aromas serán servidos preferiblemente en copas de cuello más ancho, para que el primer golpe aromático sea más directo y se conserve todo el frescor. Hablamos por ejemplo de vinos afrutados, jóvenes, ácidos y frescos.
Otro aspecto a tener en cuenta es el cristal, que debe ser un vidrio de calidad, incoloro y transparente, y de un espesor de no más de 1 mm en las paredes. Esto nos permitirá poder apreciar todos los matices del vino en la fase visual: el color, la limpidez, la lágrima, etc.
Además, las copas de boca más ancha permitirán que el vino vaya directamente al centro de la lengua, mientras que las copas con bocas más estrechas, facilitarán que el vino se dirija hacia el fondo de la boca.